Cuenta la leyenda que el año pasado, durante el rescate de la cápsula estratosférica Clementina III, el conductor de la camioneta en la que salíamos disparados hacia el este en plena cacería quiso hacerme una broma pesada, ofreciéndome a probar algo parecido a unas pequeñas frutitas (bayas, para el que nos lea al otro lado del atlántico) que tenía en una bolsa. Eran ajíes. Y eran lo que se conoce como “ají putaparió”, por lo picante del asunto, por lo menos para el paladar argentino promedio. Me acostumbré durante mis viajes a México a desayunar cosas un poco mas violentas (todo bien con los mexicanos y los aprecio mucho, pero esa gente no se tiene amor propio. Aunque ahora extraño a los chilaquiles…) y la “bromita” no surtió el efecto de sorpresa deseado. A diferencia del origen de los mismos cuando le pregunté de donde los había sacado.
Y me dijo “los coseché ahí en el observatorio de ustedes, entre la estación meteorológica y la cúpula…”
¿Lo qué?
Al parecer, he estado trabajando cuatro años ya, rodeado de algo que me encanta comer y que no sabía que existía. Lo triste del caso es que la siguiente frase que salió de su boca fue “pero ya casi no quedan, yo saqué estos últimos que encontré y hace rato que no veo muchos”.
Bien, o sea que estuve rodeado de ajíes y me vengo a enterar de su existencia cuando ya los depredaron a todos.
O casi, hace tres semanas, en una de esas raras ocasiones en las que por alguna razón me toca merodear de día por el observatorio, descubro esto debajo del puente peatonal hacia la cúpula:
Damas y caballeros, conozcan al Capsicum chacoense (Solanaceae), también llamado «Ají del monte», «ají del campo», «puta-parió» o «ají quitucho». Demasiados nombres para algo tan chiquitito. Helo allí, alzando sus frutos gloriosamente hacia el cénit en una mezcla de evidente orgullo por su existencia y auténtica prudencia de esconderse bajo un puente de los turistas, lo que garantiza lo primero.
Dos de estos alcanzan relativamente bien como para realzarle el sabor a una porción de arroz:
Tenemos planes de repoblar la región y plantar varias matas, si lo logro eventualmente esto va a pasar a ser parte de la identidad del observatorio. O por lo menos parte de algún almuerzo de esos a los que Guillote no se anima porque ahora es padre de familia.
Para identificar por nombre y apellido qué era eso bajo el puente me apoyé en este trabajo de Del Vitto y Petenatti de la Universidad Nacional de San Luis.