Una de las pocas imágenes que pude obtener la primera semana de enero de este año es justamente un objeto que no es la típica nebulosa o cúmulo globular al que los tengo acostumbrados. Tampoco es una gran imagen, pero tiene una historia interesante por detrás. Conozcan a NGC 2736:
La imagen fue obtenida con el telescopio LX200 de 10″ del observatorio, y la CCD Nightscape. 25 exposiciones de 30 segundos apiladas, binning 2×2 y el reductor focal en lo que parece ser f/=4.
Como dije, no es una foto excelente, se nota un poco el error de tracking y tiene un fuerte viñeteo, aparte de la obvia curvatura de campo. Pero se nota una especie de nebulosa en forma de V. Como con muchas cosas, la explicación de lo que es puede llegar a ser mas interesante que la foto en sí. ¿Qué es lo que se ve? Apenas un delicado velo, un delgado suspiro de gas atravesando la imagen.
Pero ese suspiro es producto de una brutal onda de choque. Hace 11.000 años una estrella en la constelación Vela cedía a la increíble fuerza de gravedad que trataba de colapsarla sobre si misma. Y lo logró; una importante explosión (implosión) de supernova sacudió los alrededores produciendo lo que ahora conocemos como los remanentes de la supernova de Vela, una de las fuentes de rayos X mas brillantes del cielo y la primer evidencia observacional que tuvimos de que las explosiones de supernova pueden dejar estrellas de neutrones como remanente. Lo que vemos es el producto de la onda de choque, que al incidir sobre el medio interestelar lo sacude y calienta al punto de lograr una nebulosa con emisión, a demás de gas que viaja a casi 650.000 kilómetros por hora. Esta es la clase de líos que hace una supernova cercana al explotar. Sólo traten de imaginarse la violencia de este episodio como para que las reverberaciones sigan hasta hoy, bastante visibles desde donde estamos nosotros.
Es hermoso ver estas cosas. De lejos.