Animal de Ruta

Revolución y ego bolivariano

(NdE: Post escrito por mi amigo personal, compañero de montaña, de cervezas y gran lector de libros de historia, Adrián Davolio).

Un hecho difícil de refutar es la moral inquebrantable que supieron esgrimir los libertadores de América del sur, José de San Martín y Simón Bolívar. Responsables absolutos del flujo de aires nuevos que empujó a las revoluciones americanas del siglo XIX. Hombres que, en la teoría, supieron dejar de lado sus aspiraciones personales priorizando el bien común, el objetivo general, la libertad de las naciones. Pero los hombres estamos constituidos por piel, huesos y emociones.

Son justamente éstas últimas quienes, cuando sueltan sus riendas, se transforman en nuestros tiranos internos afectando a nuestras decisiones. No es el objetivo de este post recorrer las campañas bélicas de estos dos hombres y sus ejércitos, sino analizar aquel 27 de julio de 1822, momento en el cual, por primera y única vez en la historia se encontraron mirándose a los ojos. Momento en el cual comenzó a definirse el final de las guerras independentistas de América del sur.

A comienzos de aquel año sólo existían dos bastiones realistas de importancia en América: Quito y los ejércitos del Alto Perú. El general Sucre había sido designado por Bolívar en el año 1821 al mando de las tropas que atacarían Quito pero fue detenido aquel mismo año por los realistas en Bomboná. Debido a ello Sucre solicitó auxilio a Perú para reemprender la campaña hacia el bastión realista.

En respuesta a ello, San Martín envió 1.500 de sus mejores hombres a cargo del general Andrés Santa Cruz, Félix Olazábal comandó los Granaderos de Los Andes y Juan Lavalle la caballería. El ejército colombiano complementó a estas tropas y marcharon sobre Quito. Mientras tanto en el sur, Canterac, un capaz general realista, derrotaba al general Domingo Tristán en la batalla de Ica, al sur de Lima.

Entre Abril y Mayo de 1822 el general Sucre vence en las batallas de Ríobamba y Pichincha y finalmente ingresa en Quito el 25 de mayo del mismo año. El norte de América del Sur quedaba libre de ejércitos realistas.

Ciudad de Quito y volcán Pichincha, donde en sus laderas se desarrolló la batalla homónima (vía Wiki)

Los ejércitos del Río de la Plata y de Chile luchaban desde el sur y del mismo modo, las fuerzas de Colombia y Venezuela completaban el cerrojo sobre las tropas realistas remanentes. Sólo en el Alto Perú, controlado por el ejército realista, más 15.000 soldados bajo el mando de los capaces generales Canterac y De la Serna, ante quienes las tropas de San Martín habían fracasado una y otra vez, constituían el último punto de resistencia.

San Martín sabía que necesitaba realizar un ataque de pinzas sobre ellos, desde Lima con su ejército y desde el sur, desde Salta y Jujuy con un ejército del Río de la Plata. Para ello solicitó el apoyo de Buenos Aires, donde el gobernador Martín Rodríguez, la Junta de Representantes y en particular su ministro Bernardino Rivadavia (rivales de San Martín desde la negativa del general a volver a Buenos Aires con el ejército de Los Andes para reprimir a Artigas), le negaron las tropas necesarias.

Ante este escenario y a sabiendas que el Ejército de Los Andes había recurrido en auxilio del general Sucre cuando fue necesario, el Protector del Perú solicitó ayuda a Simón Bolívar, su intención era unir los ejércitos del norte y del sur y marchar hacia el Alto Perú a dar fin definitivamente a la larga guerra de la independencia.

Bolívar llegó a Guayaquil el 11 de julio de 1822 y San Martín concurrió embarcado en la goleta Macedonia el 25 del mismo. Bolívar ofreció un banquete de recepción para el otro libertador de América el día 26. Con el objeto de rendir homenaje al gran general del sur. A dicho banquete fueron convocadas las familias más distinguidas y al cabildo de Guayaquil. San Martín, con manifiesta incomodidad rechazó cortésmente los honores y lujos cuasi-romanos que ofrecía su anfitrión.

San Martín anhelaba la unión de los ejércitos para así vencer al enemigo en común, pero Bolívar sólo accedería a tal requerimiento si San Martín renunciaba en forma irrevocable al mando del ejército del sur. San Martín sabía claramente que lo único que impedía a Bolívar marchar hacia el sur era su mera presencia. En una carta, entre datos sobre la verdadera capacidad del ejército realista, San Martín le escribe a Bolívar:

Los resultados de nuestra entrevista no son los que me prometía para la pronta terminación de la guerra. Desgraciadamente, yo estoy íntimamente convencido, ó que no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con las fuerzas de mi mando, ó que mi persona le es embarazosa… … mi partido está irrevocablemente tomado. He convocado el primer congreso del Perú, y al día siguiente de su instalación me embarcaré para Chile, convencido de que mi presencia es el solo obstáculo que le impide venir al Perú con el ejército de su mando…

El 20 de setiembre San Martín entregó su título de Protector del Perú. El Congreso Constituyente, reunido en sesión extraordinaria le otorgó el título de “Fundador de la Libertad del Perú” y le asignó una pensión vitalicia. Esa misma noche se embarcó de regreso hacia Chile, dejando al ejército que forjó desde el barro mismo en manos de Simón Bolívar para orientar el curso final de la guerra.